Una mirada integral sobre la cura en el nuevo paradigma.
Prólogo
El Psicoanálisis nace con Sigmund Freud; médico, neurólogo. Él alertó sobre la profunda necesidad de que nuestros líderes fueran personas de visión superior, que pudieran trasponer sus tendencias pulsionales para alcanzar la sublimación; que es como decir que la política incluya al Psicoanálisis. El dogmatismo, “políticamente correcto”, le impidió publicar diversos artículos sobre fenómenos ocultos: el fundamental, referido a la telepatía, clave en la comprensión de “lo siniestro transgeneracional”. Hoy intentamos superar la cosmovisión científica mecanicista e inscribirnos en el paradigma cuántico relativista fundado por Albert Einstein.
En su intercambio epistolar de 1932 Einstein y Freud lograron explicar las características de los impulsos que nos llevan a la guerra. Actualmente, bajo la inercia de las mismas tendencias, los humanos estamos desencadenando una calamidad mayor: una inminente catástrofe climática pondrá al hombre y a otras especies al borde de la extinción en las próximas décadas. Este escenario apremiante enciende una alarma que reclama un esfuerzo por sanar el alma humana, presa del principio del placer asesino.
Sigmund Freud no pudo impedir que la práctica psicoanalítica fuera desvirtuada por la política mercantilista. La práctica psicoanalítica de hoy reconoce distintas variantes y algunas se acercan a las llamadas Psicologías del Yo o Ego Psychology. En principio, vamos a decir que el Psicoanálisis requiere de análisis (observar los elementos de la propia constitución psíquica y reunirlos en una síntesis abarcadora) y, en este punto, significa: haber podido ir “más allá del yo” en una terapia, haber “superado” el narcisismo en el tratamiento; lo que las Psicologías del Ego llaman —erróneamente— autoestima. La exploración de la personalidad y la síntesis, en una unidad coherente y abarcadora, requiere renunciar a una posición infantil (al yo narcisista) que, de ningún modo, es un sacrificio, aunque exige una entrega y una deposición. No se trata de tener menos autoestima; pero tampoco de tenerla alta; se trata de aprender a amar, de dar amor, pues “el que ama se hace humilde; aquellos que aman renuncian a una parte de su narcisismo”. No renunciar al narcisismo, es negarse a dejar la “armadura” que oculta el dolor, y así los traumas no pueden ser elaborados, no puede haber análisis, no puede haber amor.
Las personas que llegan a la terapia, raras veces quieren cambiar. Quieren que les alivien el sufrimiento o les den una receta de cómo controlar su vida y la de otros; pero no quieren cambiar su personalidad, porque ven en ello una pérdida. Lo que la gente no ve es que la personalidad es una defensa contra el dolor; persona es “máscara” πρὀσωπον. Si no renunciamos a una parte del narcisismo (la máscara), nos estamos negando a dejar “la armadura” que oculta el dolor y así los traumas no pueden ser asimilados y elaborados, no puede haber análisis, no puede haber amor.
En “La Utopía de Freud”, intentamos partir de los desarrollos freudianos y completamos “parte” del proceso faltante, de entrelazamiento del Psicoanálisis y la Física Cuántica. Tomamos conceptos de los discípulos de Freud, transitando los desarrollos posteriores y contemporáneos, para así poder articular los saberes que quedaron relegados, por ser considerados “antagónicos” a las “ciencias académicas” a causa del propio “narcisismo de las diferencias”. La Física Cuántica nace conjuntamente con el Psicoanálisis: en el momento en que Max Planck desarrolla los principios de la Mecánica Cuántica, Freud utiliza la misma terminología y en su proyecto (P.P.N.) habla de cargas energéticas o “quantum” de energía; luego el Padre del Psicoanálisis se escribe con Einstein, progenitor de la “relatividad”. Unos años más tarde, Wolfgang Ernst Pauli (discípulo de Einstein) y Carl Gustav Jung (el delfín de Freud), entablan amistad y se entrecruzan los “discursos”, las ciencias.
La historia del Psicoanálisis se entretejió con intereses políticos y mezquindades; hubo expulsiones y disidencias. Hoy es imperioso realizar una relectura de Freud y una síntesis con los desarrollos posteriores, que supere los antagonismos y los reduccionismos. Además, en la actualidad existen innumerables escuelas “rivales” de psicología; también, se rivaliza contra la medicina, que tiene sus propios antagonismos internos, como con otras disciplinas o ciencias. La enfermedad es disociación (polarización) y desintegración, “la cura es la integración”.
Hay otra enfermedad y otro antagonismo, el epistemológico; se utiliza también un argumento epistemológico para excluir a “la otra” esfera del conocimiento; así, el paradigma mecanicista o positivista, llama pseudociencia a todo aquello que no encaja dentro del denominado “método científico” (mecanicista positivista).
Lo único que interfiere con mi
aprendizaje es mi educación.
Albert Einstein.
El presente libro es un intento denodado por lograr una mejora sustancial en el tratamiento del padecimiento humano. “La Utopía de Freud” recoge algunos de los últimos desarrollos en el campo científico, tanto del paradigma oficial (Mecanicista) como del paradigma emergente (Cuántico relativista). La propuesta central es contribuir al progreso del paradigma científico, aportando un esquema de abordaje terapéutico para la “curación integral”. La síntesis lograda incorpora elementos para comprender la actual crisis social y ambiental, integrando —además— los desarrollos de las llamadas terapias “alternativas”. Decimos “llamadas alternativas” porque, tanto desde adentro como desde afuera del campo del saber, se autoexcluyen, y se las excluye de una práctica integral. Las terapias dominantes (más que nada el modelo médico - positivista) excluyen todas las formulaciones que no respondan a los intereses hegemónicos materialistas y mecanicistas, tildándolas de pseudociencias. Por otro lado, las terapias “alternativas” se plantean como opuestas a las oficiales y, por lo tanto, parciales; hecho que las hace autoexcluirse.
El llamado paradigma holístico es un concepto integral que une los desarrollos de las ciencias oficiales y las alternativas, pero estas prácticas están dispersas en la actualidad. Los médicos o psicólogos que las llevan adelante se llaman a sí mismos holísticos, cuando —en realidad— deberían llamarse complementarios o integrales, viéndose como parte de una “ciencia integrada”, en la que una práctica no excluyera a la otra. Y a la inversa, el médico tradicional debería poder llamarse holístico, junto con los alternativos, porque ambos deberían tener una visión integral de la salud y no fragmentada.
Holístico es todo, lo uno y lo otro (integral), una ciencia ampliada y unificada, no separada; este es el paradigma emergente, el “Cuántico – Relativista” u “Holístico”. La Física Cuántica demostró que el espacio vacío no existe y que todo está interconectado a nivel subatómico; el universo es holístico en ese aspecto. El paradigma que estamos dejando atrás es positivista, determinista, de “causalidad mecánica”. Ante una lesión acudimos al médico ortodoxo, tomamos la medicación recetada; luego de la urgencia, podemos ir a un kinesiólogo y al médico chino a que nos practique acupuntura. También haremos terapia neural y podremos además “descodificar” la lesión; nada debería excluirse y el orden de jerarquía debería subordinarse a un “nivel de integración mayor”, holístico - integral en el que todas las prácticas se complementen. El método de integración holístico jerárquico no admite el reinado de prácticas que puedan imponerse con paliativos y cómodos narcóticos, exige subordinarse a la ética de mejorar el todo y no sólo una parte. Hay prácticas con mucha aceptación, consensuadas y comercializadas por la medicina ortodoxa. Parecen muy efectivas a corto plazo y por ello se aplican masivamente. Sin embargo, al estar disociadas de otros saberes y procederes, la enfermedad avanza muda. Ejemplo de ello es que las muertes por cáncer siguen aumentando en lugar de disminuir, e igual se siguen “legitimando” monísticamente, tratamientos invasivos, negando incluso los preceptos hipocráticos que dieron origen a esa “esfera” de conocimiento.
En vano quieres curar el cuerpo sin antes haber curado el alma. Hipócrates.
Una parábola, cuyos rastros de origen parecieran difuminarse en oriente dejando visos de enseñanza perenne, nos devela que la parcialidad impide, al sujeto autocentrado, comprender la realidad común. El relato inmemorial cuenta que un grupo de ciegos es anoticiado de la presencia cercana de un extraño animal llamado elefante; por curiosidad, dijeron: "hay que inspeccionarlo y conocerlo, palpándolo”, el primero tocó la trompa del paquidermo y dijo "es parecido a una serpiente gruesa"; el siguiente afirmó tocar una especie de abanico al referirse a su oreja; otro, al acceder a una de sus patas, mencionó que “el elefante es un pilar como el tronco de un árbol”; el ciego que pudo apoyarse en un costado dijo que es una especie de piedra gigante; al palpar su cola, el penúltimo la describió como una cuerda; el último, tocando un colmillo, describió al animal como una lanza. Los ciegos, a medida que escucharon las descripciones de sus semejantes, se fueron anoticiando de las discrepancias sensoriales y sospecharon que los demás intentaban engañarlos a fin de turbar su juicio perceptivo; el desacuerdo experimentado provocó una larga discusión y generó la imposibilidad de escucharse mutuamente. Luego de mucho sufrimiento, rindieron los juicios rígidos de las percepciones individuales inmediatas y comenzaron a colaborar recíprocamente para "ver" al elefante completo.
La parábola del elefante ilustra la incapacidad del juicio perceptivo individual para interpretar la complejidad de la realidad compartida. La enseñanza demuestra que las disciplinas científicas, religiones o ideologías identificadas con el saber fragmentado, no pueden explicar fenómenos globales o complejos sin recurrir al abordaje sinérgico o multidisciplinar. Apartarse del objeto percibido o inteligido, y de su entorno, permite la interacción con áreas y experiencias sensoperceptivas compartidas. La mutualidad y la reciprocidad de los puntos de vista, otorgan una comprensión objetiva de la realidad al transformar las representaciones individuales e integrarlas en la mirada compleja y abarcativa de la “verdad compartida”. Se accede a la integración cuando los juicios perceptivos individuales se modifican recíprocamente y permiten apreciar correctamente la realidad. La verdad emerge de la mutualidad interactiva y de la transformación sinérgica, holística.
Una comprensión integral de las ciencias y del proceso salud enfermedad no es sólo un desafío teórico y práctico; requiere de la integración personal de las posiciones fragmentadas y parciales en las que fuimos educados (requiere de un análisis y una síntesis). Un desarrollo a futuro requiere de la integración del pasado y del presente y no de la negación sistemática del pasado.
La cosmovisión holística es un puente a la Psicología transpersonal integral. Al proponerse como un sendero del medio, el camino propuesto puede ser visto como políticamente incorrecto porque, al correr el velo de los antagonismos fútiles en que se encuentran las distintas prácticas terapéuticas, invita a “despolarizar” las polarizaciones que tanto suelen cautivar con falsas promesas de soluciones parciales.
El presente trabajo es, además, un compendio de Psicología, Psicoanálisis y Psicología evolutiva. Efectúa una síntesis de los principales desarrollos, tanto del Psicoanálisis institucionalizado como de los psicoanalistas disidentes: Jung, Rank, Ferenczi y Reich, entre otros; reúne los principales conceptos de las terapias “complementarias” como la Psicogenealogía, la “Bio-descodificación” y la Respiración Holotrópica, entre otras. Tomando como modelo la Psicología integral de Ken Wilber, integramos, en su esquema de las etapas evolutivas de la conciencia, formulaciones actuales de las principales áreas del conocimiento.
Diluyendo las antinomias tomamos conceptos de la medicina occidental y de la medicina oriental, de la filosofía en sentido amplio; y también de las prácticas complementarias (mal llamadas alternativas). En lo que hace a la especificidad del Psicoanálisis, incluiremos los últimos desarrollos del denominado: Psicoanálisis transgeneracional (que en su variante externa al campo psicoanalítico, se desarrolló como la Psicogenealogía). El psicoanálisis transgeneracional ha demostrado la incidencia de la herencia traumática (“lo siniestro”) en la causación de la sintomatología psicofísica, “civilizatoria”.
“Lo que llamamos herencia es posiblemente la transferencia a la descendencia de la mayor parte de esta tarea penosa que consiste en liquidar los traumatismos”. Sandor Ferenczi.
Nuestra mente mecanicista ve partes inconexas y compite por mejorar la fracción propia; el pasaje al paradigma cuántico relativista permitirá integrar lo desintegrado (el principio de no separabilidad demostró que nada está separado). La enfermedad es la desintegración, la pulsión de muerte, la guerra; la cura es la integración: a aquello que Tánatos separa y desune, la amalgama del Eros lo une.
INTRODUCCIÓN
Nuestra cultura se ha encargado de narcotizar la experiencia del yo, en lugar de buscar la cura. La transformación del alma humana es dolorosa; llevar adelante un proceso terapéutico profundo, o querer explicarlo, siempre es “políticamente incorrecto”. “Pensar es difícil, por eso la gente prefiere juzgar”: bueno, malo, placentero, displacentero; las multitudes se comportan como un niño de tres o cuatro años; en ellos el funcionamiento mental se determina por un “yo de placer purificado”, como describiera Freud. El funcionamiento psíquico del yo de placer purificado, expulsa todo lo displacentero e incorpora todo lo placentero. En un niño es comprensible; pero en un adulto, es señal de patología narcisista.
Las masas no aman la renuncia pulsional, el hombre prefiere ignorar a saber. Sigmund Freud.
El pensamiento científico ortodoxo, “las masas científicas”, al igual que las masas religiosas, se comporta expulsando de sí todo lo que le resulta displacentero, porque fuerza sus esquemas referenciales y los obliga a pensar y a reflexionar. En las masas sucede que “todos piensan igual y nadie piensa mucho” . Cuando un religioso considera que un pensamiento es oscuro o demoníaco trata de desplazarlo, expulsarlo o exorcizarlo. El científico ortodoxo, cuando se encuentra con un conocimiento que lo invita a ampliar su propio “campo de saber”, teniendo que revisar los fundamentos de su proceder, se comporta como el religioso y tilda a la nueva asignatura de “pseudociencia” (una disciplina a la que considera inferior). Lo hace a modo de defensa porque paradójicamente, lo atemoriza, al cuestionar y poner en peligro “su ciencia”. Ambos mecanismos de defensa son pertenecientes a la fase omnipotente animista, de manera tal, la religión y la ciencia ortodoxa son pensamientos narcisistas omnipotentes, porque pretenden transgredir, negar u omitir, los mecanismos o leyes de funcionamiento universal descubiertos por otras ciencias, para hacer valer sus propios principios dogmáticos.
El científico dogmático pretende universalizar su posición y de esta manera arrogarse la capacidad de saberlo y controlarlo todo, es un pensamiento omnipotente. Diría Freud: “es una caricatura de una religión” porque exagera los rasgos. En el caso de la ciencia ortodoxa, la omnipotencia del científico reemplaza a la del antiguo dios padre. Parafraseando a Julia Kristeva: si Dios ha muerto, el médico bien puede reemplazarlo.
La ciencia exacta derrota a la religión estrecha, y la ciencia ampliada derrota a la ciencia exacta. Ken Wilber.
Para Wilber, primer teórico y arqueólogo de la Psicología Integral, el esquema de pensamiento superador al que debería poder arribarse es llamado “transracional”, opuesto al pre-racional (mágico animista) y superador del racionalismo - mecanicismo. El pensamiento complejo y holístico, “integral”, requiere la superación del racionalismo y permite alcanzar la cosmovisión transracional y global.
Las cosas podrían ordenarse de la siguiente manera: primero, lo pre-racional sería el pensamiento primitivo, mágico, autocentrado y omnipotente; segundo, lo racional es el pensamiento formal abstracto que se tornó hegemónico; tercero, la superación de los límites impuestos por el racionalismo es “lo transracional”.
La tradición polarizada ubica a lo irracional como opuesto a la razón, confundiéndolo con la locura, pero las funciones irracionales también son necesarias para la construcción de la inteligencia, un ejemplo son los números irracionales. Así, lo irracional puede ser ubicado dentro de lo transracional, superador del racionalismo (no anterior). La visión transracional no implica un retorno al animismo (pre-racional) como suelen “incriminar” para “discriminar” los racionalistas “polarizados”. Lo pre-racional es el lugar en donde se instalan los que no arriban al juicio maduro, en la superchería mágica, y piensan que todo lo no racional (animista - omnipotente) es tras-racional (superlativo); Freud llamó a esa forma que adquiere el pensamiento mágico animista: “el lodo negro del ocultismo”. Por otro lado la racionalidad polarizada como “pura”, es el pensamiento desconectado de la sensopercepción y de la emotividad, que suele eclipsarnos cuando se esgrime como “normalidad” equilibrada, políticamente correcta, y que en el fondo oculta la psicopatía (insensibilidad extrema, aunque pueda negarla).
Los saberes oficializados tienden a perpetuarse y rigidizar una forma de pensar y actuar, ostentando el poder y marginando a la disidencia, considerándola folclórica o pseudociencia. La tercera década del milenio se inicia con una crisis medioambiental y humana sin precedentes; los tiempos reclaman la renuncia de las posiciones narcisistas y la deposición de las lealtades a los saberes institucionalizados. La Tierra, para salvarse y seguir siendo habitable, necesita personas que puedan amar y aportar soluciones creativas. El que ama comprende holísticamente y aporta soluciones integrales. No hay salvación parcial de grupos o naciones, no hay salvación individual, sólo el “amor global” puede salvarnos de la extinción.
Volviendo al Psicoanálisis, que ya lleva más de 120 años de historia, vemos que surge como método de la práctica freudiana y por un “cuestionamiento a la ciencia médica”. En primer término, las “parálisis histéricas”, parálisis orgánicas (que eran consideradas enfermedades físicas), comenzaron a ser curadas con hipnosis por Jean-Martin Charcot (1825-1893) en la clínica Pitié-Salpêtrière, develando así que eran un “síntoma de conversión” y por ende, cuestionaban al “paradigma mecanicista” de la medicina. En ese paradigma newtoniano - cartesiano, Freud va a introducir una ruptura o discontinuidad, una “revolución”, curando a la histeria con “la palabra”; método que resultó más efectivo que la hipnosis, ya que la segunda arrojaba una cura pasajera. Una revolución paradigmática implica avances y retrocesos, como lo tuvo la obra freudiana.
Hoy en día, algunos psicoanalistas “freudianos” continúan debatiendo ciertas problemáticas como si no hubiera pasado el tiempo. Otros, se perciben como superadores de la obra freudiana a la cual consideran un legado perimido, en una cabal muestra de omnipotencia narcisista. Decirse freudiano implica no haber ido más allá de Freud; es decir: no haber ido más allá del Padre del Psicoanálisis; negar su actualidad implica una negación de los efectos de su práctica y denota una vanidad omnipotente, consecuencia de la falta de análisis propio. Estas posiciones, ya sean cuestionadoras o dogmáticas, estancan al cuerpo teórico del Psicoanálisis que debe seguir evolucionando.
En esta evolución, no sólo el Psicoanálisis como teoría, sino también otras disciplinas originadas en el paradigma mecanicista, se encuentran teniendo que ingresar al paradigma emergente, “cuántico relativista”. Entre tanto, hay disciplinas “emergentes” del intersticio creado por la discontinuidad paradigmática: la Psicogenealogía es una de ellas; surge en la década del 80 del estudio del árbol genealógico, tiene aportes del psicodrama de Jacob Levy Moreno y de la práctica de la psicoanalista Anne Ancelin Schützenberger (1919 2018), creadora del Psicoanálisis Transgeneracional. La Psicogenealogía, en los últimos años ha dado un giro, deslizándose dentro de las llamadas “terapias alternativas”, aislada del Psicoanálisis en sentido amplio. Ese desplazamiento llevó a que sus practicantes no tengan en cuenta o “nieguen”, en la mayoría de los casos, los complejos fundamentales del alma humana descubiertos por Freud.
La Psicogenealogía nace por la necesidad de superar el traumatismo humano que Freud denominó “siniestro”, ese horror que se volvió familiar; problemática que fue poco trabajada cuando el Psicoanálisis se volvió convencional, relegando saberes y posiciones teóricas por la insistencia dogmática de buscar y encontrar el factor sexual, como único desencadenante de la patología. Las llamadas neurosis actuales o las neurosis de guerra fueron formas de nombrar los síntomas que no entraban en la nosografía clásica de neurosis de transferencia y de etiología sexual.
Las llamadas neurosis de guerra eran aquellas en las que se repetían las situaciones traumáticas en las pesadillas del enfermo. Freud consideraba que, debido a la magnitud del trauma, producto del factor sorpresivo e intempestivo del mismo, la energía psíquica quedaba liberada dentro del aparato anímico sin poder ser procesada o simbolizada, generando —de esta manera— la patología. La neurosis traumática, entonces, se nos aparece, por una parte, con “la expectativa del trauma” (un estado de ansiedad que también es característico en los sujetos clasificados como borderline, TAG o panicosos) y, por otra, como una repetición amenguada de él, en un intento de anudamiento. Si bien la pulsión de muerte es un intento de reproducción de un estado anterior “inorgánico”; aquí, la compulsión de repetición se sirve “también” de las pulsiones de vida; pues, el fin es buscar un “nuevo enlace” mediante la repetición.
Ya hace algunas décadas que contamos con nuevas herramientas (además de las intervenciones verbales), que nos permiten operar sobre los traumas familiares, sobre “lo siniestro” que hemos heredado al modo de la energía no ligada; ya que “todos heredamos una maraña de historias, dramas y duelos no resueltos”. Los traumatismos heredados poseen la capacidad de hacer repetir a los “descendientes” una historia trágica a modo de legado, son llamados así traumatismos transgeneracionales; esto no sucede por un mecanismo de identificación ni por una herencia genética, sino por un (S.A.) “síndrome de aniversario”; cuando se acerca el aniversario de una fecha trágica, se reproduce la tendencia a repetir el suceso, o se incrementa la expectativa angustiante que busca anudarse ante la sensación de una catástrofe “inminente”.
Estos traumatismos transgeneracionales se producen por ausencia de simbolización, son secretos familiares o sucesos vergonzosos de los que no se pudo hablar (incestos, violaciones, accidentes, bastardía, crímenes, deshonras etc), o se decidió ocultarlos conscientemente. Otras variantes pueden ser los hechos que, por su magnitud, no pueden simbolizarse de ninguna manera, las muertes trágicas, las guerras o las víctimas de campos de concentración. El hecho traumático (duelo no elaborado), por el sólo hecho de mantenerse en “las sombras”, atraviesa la barrera del individuo, el espacio y el tiempo, para manifestarse a modo de síntoma en los descendientes; incluso luego de varias generaciones —como describe Freud— se produce la repetición transgeneracional del suceso trágico en una fecha aniversario (S.A.), como inhibición, síntoma, angustia o como enfermedad psicosomática.
Quienes hemos practicado el Psicoanálisis en profundidad sabemos lo difícil que es trabajar sobre la evolución psicosexual del paciente. Nos enfrentamos a mecanismos de ocultamiento: la represión y la negación de los hechos pasados y de los pensamientos emergentes o asociaciones. Entre tanto, la repetición transgeneracional del suceso traumático que ha sido silenciado, se impone a la manera de una lealtad familiar que traspasa los límites del espacio tiempo. Bajo estos mecanismos de ocultamiento (represión, negación), lo no dicho exigió “el tabú de la censura”, esta sacralidad del silencio (de no confesión) impidió e impide hablar o indagar sobre el tema; la mayoría elige inconscientemente pagar con su vida al enfermar en el cuerpo, antes de quebrantar la voluntad familiar de mantener el secreto; “de eso no se habla”.
Hace una década Anne Ancelin Schützenberger, la Madre del Psicoanálisis Transgeneracional, decía: “La Psicogenealogía requiere una buena cultura general, nociones de historia, geografía, economía y mucho más; los profesionales serios e idóneos son escasos y no se autodefinen como psicogenealogistas, poseen una larga formación profesional, preferentemente psicoanalítica. Hoy en día vemos a la Psicogenealogía diseminada en un sin fin de prácticas, ya que el intersticio abierto por lo propio transgeneracional del Psicoanálisis, fue dejado vacante por los psicoanalistas.
Un espacio de posibilidades se abrió a partir de la ruptura paradigmática iniciada por Freud dentro del campo neurofisiológico, y por Einstein, en la física de partículas. La emergencia de nuevos campos de investigación se produce juntamente con el avance del nuevo paradigma. Entre tanto, se anuncian mecanismos y leyes de causalidad psíquica y energética que escapan a las conceptualizaciones formuladas en base a los principios racionalistas - mecanicistas y a la ley de causalidad.
Como dijo Freud: sería peligroso para el desarrollo de la ciencia que se siguiera negando la existencia de fenómenos “ocultos” que escapan al entendimiento del paradigma mecanicista; reza: “eso sería anticientífico e indigno de un hombre de estudio”. Es peligroso para el Psicoanálisis seguir negando los fenómenos de causalidad energética, fenómenos “cuánticos” que lo afectan no sólo como discurso, sino como disciplina psi. En 1933, Einstein le escribió a Freud reflexionando sobre la guerra y preguntando puntualmente sobre la pulsión de destructividad; el Padre del Psicoanálisis respondió hablando del par Eros - Tánatos: “En resumen, no es más que la transposición teórica del antagonismo universalmente conocido del amor y del odio que es, tal vez, una forma de la polaridad de atracción y de repulsión que desempeña un papel en el terreno que a usted le es familiar.”
Como verán, no sólo es que el Psicoanálisis está relacionado con la física cuántica; nada en este universo recorre su camino aisladamente; todo está vinculado, algunas cosas más estrechamente que otras. Cuando algunos hablan del agotamiento del discurso psicoanalítico, se pueden recortar dos posiciones en esa crítica: por un lado, la “negadora”, que sigue desmintiendo la incidencia de la sexualidad infantil en la constitución psíquica del adulto (negando a Freud); y por el otro una crítica que es sensata y tiene fundamentos sólidos; hacia el interior del “campo psicoanalítico” —en especial es dirigida a las posiciones dogmáticas de “un” Psicoanálisis anquilosado institucionalmente— “homogéneo” y alineado con el discurso cientificista que no hace lugar a los descubrimientos abrumadores que cuestionan las bases del paradigma dominante y la ley de causalidad mecánica.
Sería peligroso para el Psicoanálisis que no se comprendieran las determinaciones que exceden el marco newtoniano cartesiano y sería doblemente trágico seguir minado por una corriente negadora que intenta resolver el padecimiento psíquico sin cortar con las cadenas que se encuentran ancladas en el pasado, producto de la compulsión de repetición transgeneracional (la pulsión de muerte arcaica), que nos condiciona de manera siniestra. Las pruebas abrumadoras sobre la imposición condicionante del síndrome aniversario transgeneracional, nos obligan a resituar el concepto de “traumatismo”: el sujeto se ve guiado por la lealtad familiar, por un legado, a llevar a la práctica acciones que atentan contra su bienestar ( se ve compelido a revivir situaciones traumáticas, no sólo propias sino las vividas por algunos ancestros). Podemos afirmar que “si no se han comprendido las “repeticiones transgeneracionales”, no se ha hecho gran cosa en una terapia” ; es necesario hacer “el duelo” y cortar con “lo siniestro”, permitiendo al sujeto tener una posición creativa e innovadora para cambiar el sistema familiar y también el social.
Yo no creo en la suerte, ni en error ni accidentes, solo veo mandatos que acechan inconscientes. Que te atan las manos o te cortan las piernas; el deseo es estéril, el misterio supera siempre. Gustavo Cordera, Laten Bolas.
Hoy en día, la Psicogenealogía circula de la mano de algunas “terapias breves”, y algunas otras “sugestologías”. Ancelin Schützenberger decía que el auge de la Psicogenealogía es debido a un “time collapse”, a un impacto de las incertidumbres del futuro humano y los desafíos a los que nos enfrentamos como especie. Ya llevamos décadas no pudiendo revertir la contaminación atmosférica producto de la emisión de calor y gases acumulados, lo que nos confronta con los arcaísmos de escasez y depredación. En este contexto las terapias breves son técnicas o herramientas que obran al modo de la sugestión, como la hipnosis inductiva y o el coaching, efectivas a corto plazo; sin embargo, como no son psicoterapias de lo profundo, movilizan la energía sólo logrando una mejora pasajera, necesaria en muchos casos, pero que, sin una psicoterapia de lo profundo, superadora del ego-narcisismo emergido del vínculo patológico transgeneracional, no se evitará que la repetición haga estragos.
Tanto las terapias alternativas breves como las estrategias alopáticas del modelo médico, terminan siendo supresoras del síntoma, un parche que se despega al poco tiempo; una pastilla que baja la fiebre por un rato, cuando la infección continúa; una anestesia en medio de una hemorragia; un calmante en una quebradura; un narcótico para el cáncer. Desde este punto de vista, cualquier intento de enmascarar o de aliviar los síntomas, debería considerarse una negación y una forma de eludir el problema real; injustificable, si el profesional tiene conocimiento; e, imperdonable, si se lo aplica por beneficio económico.
Si el paciente se niega a realizar un proceso profundo, el profesional que realiza “psicoterapia de apoyo”, debe aclararle seriamente la diferencia entre estos “paliativos” y una psicoterapia profunda y transformadora. Debe aclararlo, más que nada, porque en el paciente existen mecanismos de defensa que impiden el tratamiento de lo traumático y también porque hay falsas dicotomías instaladas “contra” las psicoterapias de lo profundo, por ejemplo: la terapia gestáltica plantea la indagación del aquí y ahora para concentrar las posibles soluciones al problema, cuando la mente está anclada en los dramas del pasado u obsesivamente planificando y queriendo controlar el futuro; lo cual compartimos plenamente. Sin embargo, existen gestálticos, al igual que ciertos “psicoanalistas”, que ven amenazadas sus certezas narcisistas y defienden su método a ultranzas, sugiriendo a los pacientes que no indaguen en su pasado ni proyecten a futuro y que sólo se centren en el aquí y ahora, negando la indagación y la posibilidad de transformación real, combatiendo así aguerridamente la psicología de lo profundo.
Cuando el profesional decide no atravesar un proceso de indagación propia, se evidencian en su discurso los mecanismos de defensa renegatorios, confirmando de esta manera la máxima “en casa de herrero cuchillo de palo”. La psicoterapia de apoyo y del aquí y ahora sirve para momentos claves, coyunturas subjetivas extremas, accidentes, guerras; pero cuando se trata de resolver problemas de antaño y evitar las siniestras repeticiones, no sirven de mucho y son solo una triste solución de compromiso. La psicoterapia de lo profundo debe superar estas y otras limitaciones planteadas como antagónicas. Toda terapia que se precie de abarcativa honesta y acorde a las necesidades subjetivas, debe saber que la indagación profunda causará molestias al igual que toda operación transformadora.
No es posible despertar la conciencia sin dolor, la gente es capaz de hacer cualquier cosa con tal de no enfrentarse a su propia alma. Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma. Carl Gustav Jung.
No puede cambiarse nada narcotizando la experiencia terapéutica y alojándola en el eterno presente, evitando el dolor y la angustia que causa el tratamiento de los traumas del pasado, pues sus retoños enquistados en las profundidades psíquicas, acechan en el presente, condicionando y sobredeterminando las elecciones, las evitaciones, los desencuentros amorosos, los accidentes reales o psíquicos, las traiciones, lo siniestro. El enfoque terapéutico de lo profundo, requiere conocer los condicionamientos y traumas del pasado, las actualizaciones de esas experiencias en el presente, o “reactualizaciones” y también las proyecciones y el desarrollo de las potencialidades a futuro.
Debido a que los traumatismos transgeneracionales desbordaron el marco psicoanalítico clásico, hubo intentos por ir más allá de las demarcaciones que se iban delineando en el cuerpo teórico oficial. Jung le decía a Freud “tiene que haber algo más, no puede ser sólo la experiencia infantil de la sexualidad”. Existen saberes y procederes marginados con capacidad de arrojar luz sobre muchos interrogantes; actualmente hay técnicas y disciplinas emergentes elididas por el dogmatismo, que podrían aportar elementos fundamentales para los tratamientos. Desarrollaremos algunos conceptos e incluiremos más adelante algunos ejemplos; caben destacarse: los desarrollos de la clínica analítica de Carl Jung, la bioenergética de Wilhelm Reich, dentro del Psicoanálisis; pero también, hay otros desarrollos de las escuelas clásicas de psicología que son “emergentes”, relegados por la actitud cientificista escindida; hay “ciertos” elementos como (la meditación, el yoga, los ejercicios de respiración, la hipnosis “no inductiva”); también, hay técnicas de las terapias transpersonales o “trans-egoicas”, sumamente respetables, como los desarrollos de Stanislav Grof o Abraham Maslow, que merecen su consideración. Pero debemos trazar una demarcación fundamental, lo transpersonal muchas veces se malentiende, producto del auge actual de lo que Freud supo llamar “el lodo negro del ocultismo”.
El lodo negro es la sombra, lo que todo proceso terapéutico profundo debe integrar. Dentro del ocultismo circula también el infantilismo (lo pre-racional), sujetos tomados por representaciones arcaicas ligadas al pensamiento mágico, estancados en su evolución, inmaduros. Dentro de lo alternativo u oculto hay ciertas terapias breves que ofrecen sanaciones “mágicas”, centrando la solución de un conflicto en una reminiscencia, visión o “revelación”, sin comprender ni hacer que el paciente comprenda todas las dimensiones que se necesitan sanar. Los “pases mágicos” crean una “sugestión hipnoide” y nos embarran en un reduccionismo, ya que todo síntoma tiene “determinaciones múltiples,” las que se niegan o se desconocen. Así, lo pre-racional obscurece el terreno de indagación de “lo oculto transracional”; sus adeptos se comportan de manera “supresora” en cuanto a la formación del síntoma, “taponando” el origen, sus “múltiples” determinaciones, desresponsabilizando al yo_ego, en lugar de hacerlo ceder. No nos vamos a centrar en una crítica a estas prácticas, sino en diferenciar lo que quiere decir “transpersonal”, y es casi central para que podamos comprender las técnicas terapéuticas que desarrollaremos más adelante. Lo transpersonal es la mirada que abarca las determinaciones que están más allá del yo, más allá de la estructura de defensa narcisista de la personalidad y eso incluye una maraña de elementos, un enjambre que debemos desanudar con una mirada “integral y profunda”.
Toda terapia de lo profundo debe apuntar al desvanecimiento de las defensas del ego en lugar de afirmar el envanecimiento.
El dogmatismo ha relegado saberes que coadyuvarían a curar el alma humana; el pensamiento obtuso ha llevado a que la compulsión de repetición, ligada a la pulsión de muerte, se comporte como una fuerza muda que también insiste mórbidamente en lo social —como decíamos— “a escala planetaria”: vemos a Tánatos actuar a escala global en un “ecocidio”. Esta “destrucción sistemática” del medio ambiente es generada por el consumo “desmedido” que busca satisfacer “necesidades artificiales”. Se intenta así narcotizar la experiencia de angustia “egoico narcisista”, ante las carencias afectivas y emocionales que creó el modelo de “educación para la competencia”.
La falta de interés en vínculos solidarios y amorosos, y la insistencia en competir y consumir cada vez más, deja la vía libre a la compulsión de repetición “cíclica”, ligada a lo siniestro transgeneracional, que lleva al sujeto a realizar maniobras destructivas y autodestructivas, en un intento de reparación o de recuperación de un estatuto perdido, malográndose en esa repetición que no encuentra resolución. Es necesario realizar un abordaje integral de la patología y el malestar humano, el malestar de la civilización, que Freud describiera como un irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura. Si bien en la época en que Freud desarrolló este concepto, existía una cultura que exigía la renuncia pulsional a lo sexual y la consecuencia era la neurosis; hoy vemos que lo patológico no trata de las mismas exigencias. Hay una mala adecuación de los parámetros culturales de cada época y también de las distintas experiencias individuales, étnicas, biológicas o arquetípicas.
Cada psicólogo debe poder desarrollar un modelo para pensar integralmente la patología y las propuestas de resolución o de equilibración psíquica para un abordaje integral. El profesional debe primero desprenderse de su superyó cientificista o sectario y de su narcisismo de las diferencias; así el abordaje —además— es “trans-egoico” y no pone la especialidad o la disciplina propia por encima de las demás. “Una visión lógica integral” supone una heterarquía disciplinaria en donde cada saber se subordina a la jerarquía integradora, más allá de las demarcaciones y delimitaciones clásicas, racionalistas - mecanicistas.
Sin perder la especificidad de la práctica, la orientación psicoanalítica necesita integrar lo “psicogenealógico” y lograr además la incorporación de técnicas y formas de indagación que permiten apreciar la “conexión cuántica” con los sucesos traumáticos, como lo son: la lectura del genosociograma que integra en las “flechas de análisis” una matemática fractal de los sucesos “síndrome de aniversario”; o también trabajar neurofisiológicamente los períodos preverbales a partir de las técnicas aportadas por la psicoterapia holotrópica de Stanislav Grof. Ambos desarrollos permiten conectar cuánticamente las experiencias y traumas transgeneracionales y perinatales.
Las conexiones cuánticas son aquellas que Einstein consideraba “misteriosas”; para Freud siniestras. Hoy tienen una explicación dentro de la física “cuántica relativista”; en tanto que la energía no se destruye y se encuentra entrelazada en el continuo relativo del “espacio-tiempo”, los hechos del pasado conectan siniestramente con el presente.
Entonces es necesaria la articulación con el camino conocido a partir de Freud: poner en palabras o “revivir” en el proceso terapéutico lo no dicho del padecer subjetivo, actual, infantil, familiar y transgeneracional, para la superación del traumatismo que obra de manera siniestra en el inconsciente individual, familiar y en los estratos étnicos y sociales.
Los traumas acaecidos a lo largo de las generaciones retornan ante la falta de elaboración y, de la peor forma, por la actual degradación de los valores genuinos de la vida. El consumo “ilimitado”, promovido como paliativo al malestar de la cultura, deja vía libre al retorno de lo desmentido, a “lo siniestro”.
Es menester realizar la puesta en palabras, la reviviscencia y la articulación del padecer actual con lo que fue silenciado en la generación presente y en las pasadas, ya que la energía se encuentra “encapsulada”, en el cuerpo, en el inconsciente arcaico. “Somos menos libres de lo que pensamos; sin embargo, podemos reconquistar nuestra libertad”, decía Ancelin. El Psicoanálisis es y debe seguir siendo una herramienta para salirse del destino.
Hace ya más de dos décadas, en el Manual del Cambio Climático de la Unión Europea (Libro Verde, año 2000), se habló de mitigación y adaptación al cambio climático. Conscientes de los efectos antropogénicos del recalentamiento global, quienes no negamos la información proveniente de los informes del Panel Intergubernamental por el Cambio Climático de la O.N.U (IPCC), entendimos que, si bien hay que trabajar en disminuir los efectos, la catástrofe es inevitable, producto de lo que en el “Libro Verde de la Comunidad Europea” se explica en términos de “inercia comportamental”. Luego vino una advertencia mayor el 11 de diciembre de 2007, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dijo que la humanidad se encamina a su extinción si no se toman medidas para frenar el calentamiento global, producto del CO2 de los combustibles fósiles y otros gases que acumulamos en la atmósfera.
La psicología comportamentalista entiende a la inercia o los patrones contaminantes aprendidos simplemente como hábitos; sin embargo, al profundizarlo desde el psicoanálisis, decimos que esa inercia es producto del drama transgeneracional arcaico que sume al sujeto en la “miseria neurótica”. Esa inercia que ató al individuo a “satisfacciones pregenitales” e impidió la madurez psicofisiológica, luego desplazará el “attachment” a “necesidades artificiales” creadas por la cultura dominante.
Al degradar los valores genuinos de la vida, la cultura de masas, fomenta un sujeto inmaduro que no recibe señales sobre la necesidad de renunciar a algo, “no ama” la renuncia pulsional que implica crear amor en el otro y, de esa forma, intenta arrancarle al mundo satisfacciones fetichistas, “personas degradadas de su condición”, recortes metonímicos, cosas inanimadas, bienes de consumo, autos, viajes; en síntesis: afanes “necrofílicos” y que, por lo tanto, atentan contra la vida. Freud nos demostró que la dualidad pulsional Eros - Tánatos, debe equilibrarse dinámicamente en la sublimación para hacer posible la “amalgama” de comunidades, el lazo social, el amor. Nuestra cultura actual manipula la subjetividad creando la sensación de que el yo es “ilimitado” y que, mediante la competencia y el consumo, encontrará la “felicidad”. Decía Krishnamurti que no es saludable adaptarse a una sociedad enferma, en tanto debemos sanar culturalmente. Lo que salvará a la especie y la vida en la Tierra serán los logros culturales que amalgamen las almas de los hombres, señal de que la creación sinérgica del sentir al unísono, es el acto de amor supremo. La biofilia es lo opuesto a la necrofilia, es amor maduro, el amor al prójimo, el amor a la vida, el amor por nuestra casa, Gaia.
Lo opuesto a la complejidad no es lo simple, lo opuesto a la complejidad es el reduccionismo. Nora Bateson.
Capítulo 1: El Psicoanálisis y la transmisión de la información que permanece oculta, “desde la noche de los tiempos”.
La enseñanza a veces es amarga, tanto como la buena medicina.